«El matrimonio del cielo y el infierno» de Instituto Stocos // 14 de abril de 2018 // Naves Matadero -CIAV // Madrid
«La única expectativa que tengo es que sea lo suficientemente bueno como para abstraerme de la realidad…»
«Tengo expectativas bastante altas, conozco la compañía y me interesa su investigación en torno al cuerpo en relación con el movimiento y las nuevas tecnologías…»
«No sé lo que voy a ver. Y de hecho es lo que me gusta. La sorpresa. Por el hecho de estar en Naves Matadero, espero sea algo original…»
Les Matarifes invitados, nos hablan de sus expectativas momentos antes de comenzar la función.
Les Matarifes invitados, nos hablan de sus expectativas nada más terminar la función.
Les Matarifes invitados nos envían un correo electrónico, una semana después, con el recuerdo que tienen de lo acontecido.
Lo bueno de ir a un montaje sin expectativas es que no se pueden incumplir.
Grandes bailarines, técnica espléndida, espectáculo demasiado largo, montaje muy manido y cero innovación ¿Lo recomendaría? Según el nivel cultural/intelectual de la persona.
Al cabo de unos días de haber visto la función de Institutos Stocos, cuando vuelvo a pensar en ella, voluntaria o involuntariamente, va diluyéndose en mí la sensación de montaje, más que extenso, extendido que motivó que se me hiciera un poco más largo y descompensado de lo que esperaba al mismo tiempo que ha ido y sigue acentuándose y aumentando el impacto que los bailarines y Muriel Romero me produjeron a nivel coreográfico y de movimiento.
Sigo sintiendo, por último, que incluso desde una escritura atonal, abierta, rota y abstracta, se podría explorar y explotar dramatúrgica y escénicamente mucho más el riquísimo material de William Blake desde el que la compañía parte. Entiendo que trabajan con líneas de investigación muy precisas, regidas por lo técnico en mil aspectos, pero, en el contexto de un trabajo de acabado estético con vistas a un público, y al apoyarse en Blake y en sentencias como «El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría», esperaba (quizá equivocadamente) un mayor desborde, un mayor exceso (quizá incluso más riesgo) reales en lo formal, siquiera en algunos momentos vinculados a lo infernal y lo dionisiaco.
No esperaba en cambio que todo estuviera (o me lo ha parecido a mí) tan reglado, tan formalmente (y brillantemente) controlado, que todo fuera tan apolíneo. Es posible que yo me haya quedado fuera del código de relación de los bailarines con el espacio sonoro que acaso ellos crearon en todo momento (no lo sentí así); es posible incluso que muchos pasajes hayan estado más improvisados que lo que yo he sentido, pero tenía expectativas –culpa mía y de los programas de mano– de un mayor contraste entre los opuestos que simbólicamente da a sentir Blake.
Creo que la obra podría recortarse para evitar que uno se canse.
Han sido dos horas cuando en el programa indican 90 minutos de duración.
Pero de todas formas la coreografía, los bailarines y la utilización de la tecnología me han parecido muy buenos.